lunes, 18 de abril de 2011

Sombras en juego.

Noches de carnalidad, por lo general,eso resume la mayoría de mis noches, que reiteradamente dan clausura ha semanas, semanas donde me veo naufrago en un millón de reflexiones acerca de lo que representa mi presente; hace ya tiempo derrote mi ilusión constante de completarme en otra figura, de resguardarme en un alma que diera suspiro a esta contaminación densa que algunos definen existencia, derrote mis ganas de sorprenderme, pues ya las figuras que entraban en mi vida, eran simples transeúntes pasando por una puerta de vaivén: mis labios.
Así comenzaba la noche, con su luna vigilante a cada sombra que gracias a las luces del lugar, daban pie ha una danza de siluetas destinadas a vivir en el suelo, sombras penetrándose en el aroma a testosterona del lugar; mi silueta se mezclaba a la perfección con la de un hombre, que sin pudor alguno desgarraba mi saliva, y hacia que mi cuerpo se pusiera en alerta ante el excitante juego carnal que comenzada, es preciso aclarar ,que ninguna emoción está en apuesta durante este juego, pues antes de comenzar aclarábamos nuestras ganas de piel, nunca, ganas de amar.
En el preciso instante en que mi emoción dormía, resignada ya, a que al finalizar la semana no habría actividad alguna para ella, mi cornea rescato de esa danza casi primitiva de siluetas, una alteración extrema en el ritmo de mi normalidad, era la figura de un sombrero que tranquilamente se dejaba seducir por las gotas de aquella noche, pero no bastaba con la alteración que lo resaltaba, lo que lo hizo bastar, fue la fuerza con la que despertó mi emoción, esa fuerza que trastoca los sentidos y manosea tus fibras, solo ahí, comprendí que no era el sombrero lo que me atraía, era la magia con la que fue bordado, siendo un reflejo de lo que soy, siendo una sombra que encajaba perfectamente en la mía, pero no como aquella que en ese instante buscaba mi saliva para saciarse, sino como aquella que forma un único espacio negro donde solo caben dos.
Aquella cornea que me había advertido bruscamente la magia del sombrero, te persiguió toda la noche, buscando el momento exacto para cuestionar la similitud de nuestros cuerpo, y para, tal vez, darle un nombre a la mancha negra que detrás de la figura de aquel participe de mi juego carnal, se movía sospechosamente por cada corredor de mis ilusiones; la noche acabo, yo viaje hasta mi reencuentro y entendí que la magia de aquel sombrero pereció… al igual que la luna.
Continúe saltando las horas del día siguiente, y volví al lugar donde tu esencia había transcurrido en un tiempo efímero, ya un poco conmovido por el romance de nuestra distancia, pero finalmente convencido de que al igual que un mago después de su espectáculo, te marcharas sin decir a donde; debo confesar que la noche anterior, perdí en mi brusco juego de carnalidad, pues el tiempo acabo, al igual que tu sombrero, que la luna y aquella figura masculina que recorría cada sigilo de mi cuerpo, pero al terminar todo, nadie más que mi propio secreto supo que mientras jugaba con aquel hombre, una parte de mi también jugaba contigo por debajo de la mesa, a trastocase con tu figura de sombrero contrastada.
En ese lugar, quizá una parte de mi esperaba encontrarte de nuevo, esa parte idealista que cree en utopías, que es onírica y exageradamente surrealista, esa parte de mi, que al finalizar la semana prefiero guardar debajo del colchón de mi razón, para que no me moleste cuando quiera jugar con mi cuerpo, con mi sexo, con mis ganas de follarme el mundo; esa pequeña parte me hizo volver al punto exacto donde escalones, o mejor dicho, horas atrás te había hallado, y ahí plante mi libido, mi cuerpo perseguía los fuertes bajos musicales del lugar, se erizaba un poco cuando alguien rasgaba mi espalda buscando vías para moverse en aquel espacio donde los hombres se transforman en señoritas, y donde nadie niega su fuerte atracción por lo prohibido, y tuve que agachar mi cabeza y fulminar mi orgullo cuando eufóricamente agradecía a mi parte idealista, por hacerme detener ahí de nuevo, pues esta vez ella tenía la razón, ahí estabas tú, sin sombrero pero tú, como si la noche anterior mis ojos te hubieran agendado, como si mi respiración se hubiera convertido en una invitación a volver allí donde ya nuestras figuras habían encajado, y poder ser partícipe de aquel juego que veinticuatro horas atrás había comenzado por debajo de la mesa.
Aquí, es cuando no entiendo, porque tu magia no se desvanecía si ya no traías sombrero, sombrero culpable de haberte seleccionado entre un millar de sombras, entre un mar de luces, y supe que el sombrero no era el reactor de mi fuerte alteración emocional, era la forma en que nuestras sombras se convertían de nuevo en un único espacio negro donde solo caben dos, dos cuerpos separados por los límites de la lluvia, de la formalidad, de lo real, pero dos sombras que sin que  lo reconocieras se mezclaban sutilmente en el suelo de lo desconocido.
Una vez más separamos nuestra forma, recogimos nuestra libertad y caminamos hacia donde cualquiera quisiera llegar, sin conocernos caminábamos opuestamente hacia donde la calle lo destinara, cada uno con su norte, cada uno con su norte en cualquier parte. Pero hoy me levante dispuesto a no esperarte, es estúpido esperar algo que no tienes, que no sabes, y sonreí al creer que fue solo una alucinación de mis sentidos, para darle sorpresa a dos noches, que ya se ahogaban en la rutina… en lo periódico.
Así que después, me senté en un brusco bloque de cemento cualquier día, en un bloque de cemento bastante lejos de aquel lugar donde acostúmbro a poner en juego mis labios, y obviamente en un día en que nunca lo hago, y por tercera vez alucine contigo, y entendí que la magia explota en cualquier momento… en cualquier lugar.

1 comentario: